Umbria, la familia

Sus bienes eran hereditarios, vale decir, obtenidos gratuitamente; no eran fruto de su trabajo. La sociedad de su tiempo admitía esta adquisición que la conciencia le declaraba injusta. No condenó a los demás, pero se dispuso rápidamente a corregirse a sí mismo. La adquisición gratuita de bienes por herencia era “para él”, por su ley moral y personal, algo ilegal, inmoral, inadmisible. Se ocupaba de sí mismo y respetaba la ley de los demás. Pero debía vivir concientemente su ley.

Mas esta no era solamente la ley instintiva de su conciencia, sino que era también la ley del Evangelio.  (…) Prefirió a Cristo, pero el mundo lo condenó y comenzó la lucha. (…)

(…) Sentía que esta era la forma de la verdadera hermandad evangélica y la verdadera realización de la justicia social. (…)

(…) El trabajo no es ya, entonces, un medio para adquirir bienes económicos, sino una palestra de experiencias y de adquisiciones de capacidades nuevas en la cual todos tienen derecho de ser admitidos pues que esto representa su formación y su evolución. Concebido el trabajo de esta manera, él quiere de éste su parte, como deber y como derecho.

La lucha fue muy larga, cuerpo a cuerpo, pero esto le hizo conocer al hombre. (…) Nuestro relato es breve, pero para él, soportar aquello fue muy largo. Pero nosotros hacemos simplemente un relato, mientras él construía un hombre. Y continuó. Había jurado fe en el Evangelio y con el Evangelio quería seguir no solamente hasta el fondo, sino, que si era necesario, hasta los extremos de la desesperación y de la muerte.

¿Pero si por el contrario, el mundo derrotaba al Evangelio, demostrándole con los hechos en esta experiencia decisiva lo absurdo de ponerlo en práctica? (…) Su fe era grande: él empeñaba su vida con confianza en la palabra de Cristo. (…) No se asuste el lector, porque cuando una conciencia actúa rectamente, no es jamás abandonada por Dios.

(História de um homem, cap.10, p.82-87)

26
ene
1912